(Óleo sobre madera)
Y la ciudad se congeló, ni más ni menos, con la presión que efectuamos.
Pareciera que hemos vuelto desde la lejanía a través del contacto, que la distancia solo era
cuestión de tiempo y que solo fueron números en escalas que alguien quiso designar, para señalar que estamos lejos, ignorando por completo que las almas no conocen imposibles y
que se encuentran incluso para desafiar a la muerte.
Es una suerte de intención inequívoca provocada por el sentimiento, que más razón que seguir los pasos de la fe hasta el desfallecimiento, hasta perder la noción de "estar
presente", hasta saber que precisamente hemos resucitado de nuevo y que nos
encontramos en la historia de alguna novela perdida, de esas que nadie ha vuelto a leer, de esas que se escribieron en la intimidad para los amantes.
Tal vez recuerdes que sintió Dante cuando se encontró con Beatriz después de vencer a
Lucifer, Paris cuando se enfrentó a muerte por Helena a cuestas de iniciar una guerra; por
citarte dos ejemplos, la idea es que el corazón no entiende de excusas, ni límites.
Si tuviera que precisar el interludio propuesto, tendría que mencionar la profundidad de
tus ojos, la aceleración coordinada de tu respiración y mi palpitar, la suavidad de tus
manos, el calor que se desprende intempestivamente, pero arruinaría todo intentando
explicar lo inexplicable.
Y la ciudad se descongeló al terminar la presión que efectuamos.
Honestamente no determiné las palabras necesarias para los actores en movimiento o, tal
vez, el lenguaje no resultó ser suficiente para la descripción. Pero de algo estoy seguro, y
tengo la certeza al indicar que, en tus labios, he descubierto a que sabe el universo y que
es cierto que existe un infinito al llegar hasta vos.
26 de octubre del 2019
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