(III/III)
Se halló solo, de nuevo, en medio de un paisaje lúgubre. Sucumbido por intensas emociones vacías comenzó a caminar.
El mismo árbol que divisó al principio hallábase por todos lados,cómo si todos los caminos llevasen a lo mismo, caminó por mucho tiempo, tal vez horas, días, sin sensaciones de hambre o frío, se sentía cómo muerto, en realidad lo pensaba así y mientras más nubloso eran sus pensamiento así lo creía.
De pronto, su percepción, la poca que le quedaba, languidecida por las lagunas mentales de otros tiempos, notó la luz de la luna. Sin poder articular palabras y con la poca fuerza espiritual que conservaba llegó hasta el mar, aquel que siempre estuvo ahí pero que hasta este momento estuvo oculto.
—Parece que ya es tiempo — dijo, con la voz vacía y sin tonos. Y en el más absoluto silencio sabía que tenía que arrojarse al lago. Así fue no lo pensó, ni titubeó, no por miedo a morir, sino porque se encontraba cansino de lo que suponía sus mil muertes. Y se ahogó y la luz de Selene fue la única testiga del acto.
—Su respiración es estable, su pulso no presenta complicaciones—explicó el Doctor, por ahora eso será todo, luego volveremos a revisarlo.
Los demás presentes no dijeron nada, simplemente acotaron la cabeza un educado “de acuerdo”, cómo sabiendo de antemano lo que sucedía.
—Estamos ante sus últimos momentos, suspiró apenado Rothan, hermano de Lithian. El Doctor no hizo más gestos y salió de la habitación.
—Cómo fue que terminaste así, Lithian, tanto tiempo estuve esperándote a que volvieras a casa, al menos una visita, aunque no te guardo rencor, siempre fuiste así—, decía Rothan ya frente a Lithian que seguía inconsciente.
Sora estaba sentada, al costado de Lithian, sosteniendo unas flores. Se paró con dificultad y miró hacia la ventana : No tuvo tiempo de reaccionar, sus pastillas se hallaban lejos y el corazón perdió el marcapasos, fue casi instantáneo e inevitable, cómo si ya no tuviera más remedio que morir. La hija menor de Lithian recibió una llamada esperada. Era el hijo mayor de Lithian que ya estaba por llegar: — salió en cuanto se enteró la noticia fue a recoger a su hijo, pues no tenía con quién dejarlo, por eso tarda un poco— explicó soñolienta.
—¿Quién se va a morir?—reaccionó Lithian, que había escuchado lo que su mujer dijo.
—No te esfuerces más, cariño, estás grave y ...sollozó frustradamente.
—No debería estar aquí el Doctor, debemos dejarlo solo, para que no reaccioné mal—, sugirió Rothan.
—No, por favor, interrumpió Lithian, ya he estado solo por mucho tiempo, y si es lo que pienso y la muerte se aproxima, quédense, será más fácil enfrentarlo para mí.
—Pero para nosotros no, hermano—. Y salió a buscar al Doctor sin más palabras.
—No llegará a tiempo, acotó Lithian, el corazón ya no me responde—.
—Todo este tiempo, papá— dijo su hija, Román y yo, esperamos que hayas estado orgulloso de nosotros, fuiste un gran padre para nosotros y el concepto que nos diste de vida y finalidad en este plano terrenal nunca lo olvidaremos, supiste exactamente qué inculcarnos y estamos profundamente felices de que seas tú nuestro padre, sé que Román estaría de acuerdo, conmigo, creo que hablo por los dos—, terminó de añadir con lágrimas en los ojos y el alma contrita, tal vez, la más contrita de la habitación.
Justo después de terminar sus palabras, llegó Román, el hijo mayor. Cargaba en él a su hijo. En ese mismo instante también reapareció Rothan, sin éxito.
— Y el Doctor, dijo Sora—. No vendrá, está atendiendo otra emergencia, un nacimiento prematuro, no puse objeciones cuando me dijo que no debería estar ahí con él, sino aquí con ustedes, son los últimos instantes de Lithian—, dijo desolado.
—Qué irónico, de la vida a la muerte, sin tiempo, tal vez ahora o después, que más da, el final solo es el comienzo de más muerte y más vida—, dijo Lithian.
— De eso se trata, abuelo— dijo el hijo de Román.
— ¿Es tu hijo verdad?
— Claro que sí, papá ¿no lo reconoces?
—De eso se trata, somos momentos, instantes fugaces, nada se compara con la alegría de sentirnos vivos, al igual que nada es más doloroso que soportar el sufrimiento de presenciar la muerte, el tiempo no es más que nuestro reflejo, crecer, envejecer, en realidad nada de eso existe, somos el ahora lo que nos define, el pasado y futuro son conceptos netamente temporales cuando el ser humano es solo presente—, dijo Malaquías.
Solo ahí en ese instante reconoció sus ojos, esos ojos negros que solo se ven una vez en la vida. Llegó a pronunciar su nombre con el último suspiro que le quedaba. Las flores fulgurantes que tenía Sora se tornaron negras luego de eso Lithian falleció y no volvió a despertar.
Moonlight on the coast, 1882
Jules Tavernier
Pintor francés
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