viernes,24de

El museo oculto

El museo oculto

Entró a su cuarto sin entusiasmo. Se detuvo y recostó su espalda en la puerta, tal vez hastiado de lo inefable de las cosas que le sucedían. 

En ese momento respiró con tal profundidad que por unos segundos su corazón se detuvo. Resolvió entonces caminar aún entre sus cosas, sin prender la luz, la poca luminosidad que le permitía caminar en su cuarto era suficiente. Acababa de ser despedido de su trabajo sin tantas explicaciones. Había pensado, quizás, defenderse con una denuncia en el ministerio de trabajo, pero no se decidió, conocía perfectamente la burocracia y el tiempo que eso demandaría, que esa idea solo cruzó por su mente una vez. Se recostó en su cama como quien se despide del mundo, casi como quien comete un suicidio y no quiso saber nada más. 

 — ¿Un cambio estructural en la empresa? No me estés tocando las narices, César.
— Es un cambio organizacional que viene del mismo consejo directivo, Antuvian. ¿!Qué puedo hacer yo!? Así son las cosas.
—Pero desde cuándo, no te parece todo muy extraño. 
—  No eres solo tú, mira a Andrea, ella tiene 3 hijos y tiene hasta mañana para retirar sus cosas de la compañía. Solo nos hemos quedado Romille, Caroline, Romario y yo. Los criterios, obviamente no los sé, pero cómo coordinador principal me informaron eso.

— No te quedes aquí, César, diles a los chicos que tampoco apoyen esto. Es una mierda, como pueden hacernos esto. Despedirnos de la noche a la mañana con un simple documento administrativo. Vámonos, cesitar, si decidimos irnos todos lo pensarán dos veces, no pueden contratar a personales nuevos sin que antes hayan tenido experiencia y quienes más que nosotros para mantener el flujo de la actividad de esta empresa.
— No insistas más, Antuvian. Ya ha sido suficiente para nosotros con esta noticia, lo que dices es una locura, que tal si nos despiden a todos indiscriminadamente, con nuevo consejo no sé que esperar.
— Sabes lo difícil que es conseguir trabajo en estos días.
— Por eso mismo, es justo por eso que quiero conservar este empleo a toda costa, así signifique que mañana más tarde sea despedido, por ahora, solo me queda respirar y continuar. 

Fue lo último que escuchó Antuvian. ÉL lo miró con decepción, una mirada que  desconocía los más de 10 años de trabajo continuo dentro de la empresa. Volteó la cara para un costado e intentó camuflar su tristeza con una sonrisa meramente sarcástica. Cogió las pocas cosas que tenía en su oficina y las puso en su mochila, mientras César solo agachaba la cabeza, tenía una mirada perdida cómo quién solo quiere pensar que todo esto solo es una terrible equivocación. 
—  No te conozco, César. Y pasó por su costado furtivamente. 

Ya más calmado mirando hacia el techo, recordó las deudas que repentinamente llegaban a su memoria. La más súbita fue la renta del cuarto, felizmente todo esto ha sucedido en los primeros días del mes, así que aún conservaba su pago de fin de mes, incluso, como en todo trabajo, le tocaba un indemnización, pero eso lo vio lejos.  — De aquí hasta que día me pagarán eso, vaya a saber uno, por ahora no puedo contar con eso— dijo sin más preámbulos. Queriendo cerrar el tema por hoy, miró su reloj y observó que habían pasado cuatro horas desde que llegó a su cuarto,creyó que por este día no había más que hacer se quitó los zapatos para dormir y al ponerlos en el suelo, se dio cuenta de la caja de pinturas que tenía y recordó su mayor deuda. 

— Aún con lo que me queda del pago, no podré cancelar este nuevo lote pinturas y pinceles que pedí a cuenta. El señor Mctemper, no me creerá que me despidieron de repente, en qué parte del mundo suceden esas cosas— pensó acertadamente. 

Inquieto por este último detalle minúsculo pero grave, ya que solo el señor Mctemper le daba crédito y a su vez rienda a su profesión por naturaleza : el arte de pintar, quiso despejarse caminando por la ciudad. Se puso una casaca, un sombrero no convencional y guardó la cajetilla de cigarrillos. — compraré otra cajetilla, pero será la última, al menos por ahora, y algunos víveres para completar la semana, por ahora las bebidas y cualquier otro gustito están prohibidas, Antuvian— se dijo para sí precavidamente. Después de cerrar la puerta, cogió un cigarrillo y ahí mismo cayó en cuenta que se olvidó el encendedor y al buscarlo entre su saco reconoció que también había olvidado las llaves de su habitación. Ahora estaba afuera sin fuego y sin llaves. — Qué demonios es esto, debo estar pagando algo — aseveró al viento, suspiró y añadió hacia el cielo: — dime que quieres de mí, señor .

De todos modos tendría que ir a la bodega para comprar lo que debía y así lo decidió. Por un momento se sintió invencible:— después de todo que es lo que peor que puede pasar ahora— se decía. Llegó a la tienda sin tantos contratiempos, pidió con cadencia todo lo necesario, prendió su cigarro al fin y emprendió el viaje de regreso. 

Tendré que romper la puerta, pensó, o tal vez aflojar el seguro con una piedra, entrar por la ventana lo veo imposible, que me caiga y rompa una pierna no está en mi planes por ahora. Entre tantas posibilidades y inimaginables situaciones se decidió por la primera, iba a romper su puerta a punta de patadas, cómo en las películas policiales cómo cuando se quiere entrar para atrapar al ladrón en la última escena. Antuvian, no advirtió que estaba siendo observado por un patrullero que se encontraba a prudente distancia del objetivo. Antuvian tampoco se midió en su acciones, pues pensó que nadie se daría cuenta o que sus vecinos no sospecharían puesto que todos lo conocen, creerán que es situación incómoda pero que más da si el hombre se ha quedado afuera de su casa y quiere entrar. 

— Señor, quédese quieto— dijo el oficial apuntándolo con una linterna. 
— ¿Y ahora? ¿En serio me vas a hacer esto, Padre santo? No es nada oficiales — respondió Antuvian. Solo me he quedado afuera de mi cuarto y quiero entrar.
— Identifíquese primero, caballero— dijo uno de los dos oficiales.
—  Antuvian Geza, 34 años, soy …
— Sí, sí, sus documentos, señor, ¿como sabemos si usted reside en este domicilio?.
— Bueno, es justamente eso, tengo mis documentos adentro.
— Tendrá que venir con nosotros, señor Antuvian—  dijo el oficial casi sarcásticamente.
— Espere oficial, puedo probarlo, soy pintor. Dentro de este cuarto están todas mis pinturas, además también están mis documentos, si me lleva solo perderíamos tiempo. Cómo verá solo he ido a la tienda a comprar unos víveres, no parezco un tipo peligroso o algo parecido, solo soy un hombre que ha tenido un mal día y quiere que esto acabe.

— Uno se convenció y el otro oficial lo dudó. Después de un rápido intercambio de palabras, los oficiales decidieron que sus argumentos, aunque un poco triviales, eran válidos para la ocasión. 
— Está bien, señor, lo ayudaremos a entrar— dijo uno de ellos. Pero le advertimos que cualquier intento malintencionado, fuera de lugar o sospechoso, usted quedará detenido por desobediencia a la autoridad.

— Claro, señor, sin duda. 
Los oficiales con un solo disparo aflojaron la cerradura.
— Ahora otro gasto más— pensó Antuvian. Al mismo que tiempo que prendía la luz y su pequeña habitación se transformó en un museo exquisito. Cuadro tras cuadro, simétricamente colocados, pintados con una técnica que solo podían tener aquellos bendecidos por los pinceles y la imaginación. Los oficiales quedaron atónitos ante la escena si no fuera porque Antuvian rápidamente buscó sus documentos ellos nunca se lo hubieran pedido.

— Señor, es usted todo un maestro. ¿Para que museo trabaja usted?— dijo el primer oficial . 
— Para ninguno— dijo Antuvian, actualmente estoy desempleado pero de otro oficio, señor, no vivo de la pintura— . El oficial que revisaba sus documentos anotó sus datos aparte poder contactarse con él en otro momento.

— Señor Antuvian, si no le incomoda pienso llamarlo otro día. Me gustaría que realice unas pinturas para mí e incluso puedo contactarlo con otros clientes que gustosos, y con seguridad, pedirán de sus servicios. Lo que pasa es que mi hija va a tener una actividad de Ballet y quisiera que usted esté presente para que realice un cuadro de ella. 
— Con todo gusto oficial, no es mala idea, de hecho me ayudaría mucho en mi situación.
— Así será, señor Geza, que tenga buenas noches y no olvidé comprarse una cerradura nueva, esa ya la reventamos.  
— Qué hijo de puta— pensó sin maldad, sí oficial, por esta noche veré cómo intento cerrar la puerta— respondió, cerró la puerta cómo pudo y de nuevo se recostó sobre ella. 
— Si hubiera sabido que iba a terminar así, no me hubiera quejado tanto .

 Retrato de Bazille, 1867
Pierre-Auguste Renoir (1841 - 1919)
Pintor Francés






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