(I/III)
Abrió los ojos y regresó en sí, uno solo, en algún lugar, en algún momento de la eternidad.
Sólo se encontró, sobrellevando en la memoria recuerdos bifurcados por imágenes que ahora ya no transitaban por su mente, como si de la salida de un laberinto mental se tratara, se supo hallar en sí, en conciencia y su percepción naciente hizo cuenta de aquel árbol jamás visto y junto a ella una puerta, solo una simple y rectangular puerta blanca, sin manijas ni cerraduras. Movido entonces por la reminiscencia de su tiempo, caminó hacia la puerta y esta se abrió lentamente. Acto seguido una luz fulgurante dejó ciego por unos cuantos segundos sus ojos.
De pronto, vio a un niño sentado, en medio de la nada, leyendo pergaminos viejos en un idioma que jamás había escuchado. El lugar, que se encontraba sin contexto, desde lo que se supone el techo, comenzó a tomar forma, poco a poco, como piezas de rompecabezas uniéndose una tras otra, el lugar empezó a estructurarse como una imagen real. Al fin se encontraba en la sala de alguna casa. La puerta que bien creía estar detrás de él ahora se halla adelante, atrás solo se observa una sólida pared. El niño, que ya había sentido su presencia, volvió la cabeza para verlo, la conexión de las miradas fue por un segundo y milésimas pues el niño ya estaba en un esquina de la sala tomando un vaso de agua, sin tiempo, ahora estaba al otro extremo,al lado de su biblioteca leyendo un libro, ahora estaba en la esquina de la sala parado frente a un calendario, analizándolo.
Todo esto había sucedido sin que el hombre haya cerrado los ojos y sin que hubiera pestañeado siquiera, fue como si la realidad se distorsionara para el tiempo del niño. Ahora el niño estaba frente a él clavándole una mirada directamente en sus pupilas, tenía los mismos ojos negros que él.
—Es inútil que te estés preguntando quién soy, porque me conocerás, aunque aún no he nacido — respondió, con absoluto conocimiento, el niño a la pregunta que el hombre se hacía en su mente.
Por unos segundos sintió la realidad resquebrajarse de nuevo frente a sus ojos, ahora los dos se encontraban sentados en el mismo sofá. —El tiempo es la peor de todas las creaciones humanas, dijo el niño. Limitante, absurdo, incoherente y en especial humano.
Incrédulo por lo que escuchaba, creyó que estaba soñando, aunque no recordaba haberse quedado dormido, muchos menos que fue lo último que hizo. Su mente le había creado el espejismo de la palabra, decía pero no decía, nunca se dio cuenta, por ello no lo sorprendió que el niño pudiera leer sus pensamientos, porque él pensaba que hablaba, pero en realidad todo era mental. El niño tampoco reparó en señalar este detalle y continuó respondiendo a las cuestiones del hombre.
—Efectivamente, yo no soy de este tiempo, pero llevo tu sangre, Lithian. Te equivocas, esto no es un sueño o una epifanía, nos encontramos en un plano supraterrenal, un plano al que pocos han llegado ¿Qué cómo te conozco? No has llegado hasta aquí para que preguntes por una respuesta perfectamente deducible, pero me conocerás como Malaquías.
El hombre comenzó a dudar de todo, incluso de su humanidad. Pensó que todo lo que presenciaba no era real, que a lo mejor había muerto y se encontraba transitando, deambulando por el mundo y que extrañamente su alma se hallaba en esa casa.
—¿Cómo sabes que bien no estás en la realidad?, dijo el niño—, y añadió con suspicacia —¿Quién eres? Dime.
— ¿Quién soy?—se cuestionó Lithian.
— ¿Quieres saberlo no?—moviéndose por la sala dijo el niño. En el fondo estás aquí porque quieres saberlo, pero, ¿Por qué has llegado ahora? Has pasado todo este tiempo siendo la persona que creías ser y ¿ahora quieres saberlo?. La cuestión jamás respondida, por ende, nunca profundizada por los hombres, yacía dormida en los rescoldos banales de la humanidad. ¿Y ahora te nace buscar respuestas? ¿Quién se supone que eres, Lithian?
— No lo sé. Yo no pedí estar aquí, yo no buscaba nada más que vivir en paz, nada más que satisfacer mis propias inquietudes o pensamientos, dejar todo lo que el mundo nos ha traído, escapar de la rutina, hallar el amor infinito, buscarle un nuevo sentido a mi vida, fuera de conceptos, fundamentos, creencias, tradiciones, el bien y el mal. Sólo quería ser yo.
—Por alguna razón— intervino el niño— has salido de la corriente que mantiene afligido a los hombres, pero no te has dado cuenta. Es casi imperceptible notar esa fina realidad ya normalizada. Desde esta perspectiva y según lo que me dices, puedo darme cuenta, y lo puedo sentir. La realidad se detuvo de nuevo y ahora se hallaba leyendo uno de los pergaminos viejos.—Ahora lo veo claro, eres libre— dijo y con una sonrisa casi sarcástica acotó:— estás muerto.
Árbol de algodón, 2011
Van K Bazaldúa
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