La última vez, nunca será la última. No son un pestañeo, momento o un pretérito.
Él, en un abrazo, tomó de su cintura sus recuerdos y los guardó en sus ojos. Ella, en una mirada, los saco de su pecho y los amarró en sus labios. Así, por si perdían los recuerdos, ambos sabrían exactamente donde encontrarlos. Mientras tanto siguen caminando como si no pisaran, como si sus huellas no exigieran rastros. Y aunque nadie sabe cuando volverán a verse, la memoria del fuego de vez en cuando se enciende con fuerza para cada uno. Algunos, que ya conocen esta historia, saben que la memoria sigue intacta y que el fuego nunca termina por apagarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario